Disquisición estética II
Había
una araña en su ventana. Un pequeño monstruo espantoso. Se suspendía boca
abajo, con sus patas descansadas y relajadas. Su piel era negra y parda, con
manchas blancas. Su cuerpo era carnoso y grande, sus extremidades delgadas y
cortas. Parecía tener pequeños vellos que se veían a contraluz. Su tela era un
algodón gris opaco, algo negruzca y gruesa. Era una maraña espesa, irregular,
amorfa, muy densa en la esquina de la ventana, y algo más ligera
alrededor. Tenía un tamaño respetable, quizás tan grande como la falange
de un dedo.
Durante un tiempo la observó con
premura. Estaba del lado exterior de la ventana. Pedía ver cómo se apachurraba
al vidrio con el frío, y como el calor la hacía salir hacia el centro del
marco.
Una mosca de humedad cayó en su
tela. No la guardó envolviéndola. Se la mandó en el momento, comió
su cabeza, mientras el pobre bicho aleteaba con fuerza.
Le pareció escuchar los gritos
ínfimos y desesperados del pobre ser. La araña mordía y mordía con fuerza. No
le dio tiempo al veneno a hacer efecto. Desgarraba con ansias el cuerpo del
insecto, y este giraba, peleaba y se retorcía.
Las moscas tienen una simplicidad
maravillosa y terrible. Su cuerpo puede seguir funcionando a pesar de ser
ahogada, cercenada y despedazada. "La muerte" a la mosca le es
temprana pero difícil. La araña había comido ya medio cuerpo entero y su presa
seguía luchando con el dolor de los mártires.
Se acercó a la ventana. Vio el
espectáculo más de cerca. Sintió miedo. Se vio a sí mismo en la cabeza de la
mosca. Por un instante pensó en ponerle fin a semejante delirio darwiniano y
liquidar de un piedrazo a ambos. Pero la mosca se dejó de mover. Murió.
Intentó redimir su lentitud e impartir
cierta justicia. Podía machacar a la araña con un lápiz. Torturarla un poco.
Sacarle los jugos amarillentos a la luz y arrancarle un par de patas, mientras
intentara escapar. Quizás, aplastar su huevo y destruir su prole. Eso que descansaba
en la tela. Era un pequeño nudo blanco, algo escondido. Parecía un cono de
algodón de azúcar.
No hizo nada de eso. Se apartó y
se fue. Seguía lloviendo.
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