Reflexión tan actual como pasada.

Disquisición estética

Caía agua nieve. Gotas pequeñas y cristalizadas revoloteaban bajo las luces doradas de las calles. Infinitos prismas tejían refusilos violetas encegueciéndole los ojos. Se dejó llevar por los vientos marinos y fríos. Tenían un gusto salado y un poco amargo, recordaban el sabor de las piedras y la arena mojada. Miró el cordón de la calle. El agua corría al paso suave de la serpiente somnolienta, las hojas se acumulaban junto a los desagües embarrados y oxidados.

Las sombras caminaban esa noche. Estaban vivas. Lo acompañaban. Algunas danzaban con la lluvia. Otras fumaban las estelas grises de la neblina. Y unas pocas cantaban tangos tristes y corales satíricos.

Se río. Había dos faunos gritando groserías, mientas perseguían a dos frutas vivas que corrían desesperadas por sus vidas. Una de ellas, puede que haya sido un mango maduro y regordete que recordaba mucho a un humorista del cine mudo, se le acercó pidiendo asilo y se ocultó detrás de su espalda, mientras se cubría el rostro a durazno seco con su saco húmedo. No lo impidió. Los faunos hablaron en lenguas secretas, tiraron algunos insultos perdidos en el viento y se marcharon. La otra fruta se esfumó escondiéndose bajo la hojarasca húmeda de un plátano.

Se quedó conversando un buen rato con el mango aduraznado maduro. Le contó viajes imposibles y sueños de granadas con gusto a dátil. Después el mango se marchó siguiendo el recorrido de un murciélago perdido entre los árboles esqueléticos.

Recorrió un par de cuadras más y se sentó en el cordón de una vereda tranquila. A su lado dormía una rama de vid enferma. Despedía un olor a alcohol y bilis tibia. Había orina azulada a su costado, y su respiración dibujaba un vaho verde amarillento. Se compadeció. La vid era nada más que un recuerdo... el sueño de un recuerdo... el recuerdo de un hombre abatido y muerto... muerto de frío... muerto a golpes... a golpes por muchos... muchos por odio... Sintió como el odio abrazaba a la rama y la dejaba seca.

Intentó acercarse más y tocar a la vid. Una sombra lo miró y con un gesto le dio a entender que no podía hacer nada y que debía marcharse. Se fue sin mirar atrás.

No recordaba hacia donde iba. Se miró los pies y resopló. Bajo la lluvia cristalina se le apareció una guitarra enorme desplomada en el jardín delantero de un chalet vasco. Tenía el tamaño de un sauce centenario. No tenía cuerdas. Estaba algo podrida. No hablaba, solo comía almendras mojadas en agua de lluvia.

Se acercó al instrumento. Intentó susurrarle un buenasnoches... La guitarra respondió con el crujido blando de la madera húmeda. Él solo entendió duerma, y se recostó a su lado. Apoyó su cabeza sobre su cintura femenina y se dejó abrazar por el frio de la lluvia y el barro. A lo lejos podía escuchar algo... quizás un latido... quizás un poema... no lo recordaba... El odio se había marchado...        




 

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