Lejos

 Los hombres caminaban lentamente por el sendero. Ciegos y desnudos, cargaban el peso de los años en sus espaldas. Sus rostros estaban cubiertos por un manto. Ni un rasgo se distinguía, y sus ojos parecían olvidarse en la espesura de los retazos de tela. Sus manos estaban llagadas y dejaban correr sangre por el suelo, que luego se mezclaba con la tierra. Vestían harapos negros atados con sogas, y cada uno conservaba un pétalo de tulipán entre sus prendas. 


 Su paso era lento, determinado e incesante. Su movimiento era un pulso, un latir nocturno e imperecedero. El camino era sinuoso y largo. Las rocas dominaban el sendero y la lluvia era la única compañía fiel que los viajeros tenían. 



 No era necesario hablar, ni emitir sonido. Los tiempos de las palabras habían terminado, ahora el silencio era el amo y señor de estas tierras. 



 El destino no era incierto para ellos, al menos sabían verdaderamente que su hermandad caminante terminaría alguna vez. El cuándo no les competía. Ellos sabían que antes que sus pies se despellejen podrían descansar y descubrir sus rostros.                       









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