A mi amigo.
Allí
estabas. Caminando toscamente, un poco por la incomodidad de tu vestimenta y
otro poco por puro teatro. Mientras imitabas los pasos de los pingüinos, sostenías
un cigarrillo encendido que pitabas sin talento, ni conocimiento. Tres veces
intentaste apoyar tu cuerpo en un poste y tres veces erraste. Sin embargo, en el
aire te recomponías haciendo gestos bruscos y poco elegantes, propios de algún
Chaplin o Buster Keaton. Varias carcajadas derribaban el silencio matutino de la ciudad
sureña, y tu respondías esa alabanza con algún insulto porteño, verde y desatinado
que terminaba por despertar a la señora que debía hacer las compras y mandados
pocas horas después.
Mientras el cigarrillo se extinguía en tus
dedos, un sol invernal destrozó el manto negro que cubría tu cabeza. Y esa fue
la señal que marcó el “fin del acto”. No hubo más risas, ni carcajadas, solo
silencio. El público vio el cielo y supo que algo había cambiado, algo sustancial.
Pero aún así, allí estabas. Seguías riendo, jugando, imitando. Jamás desarmaste
tu puesta en escena.
Esa mañana todos caminábamos cansados,
aplomados, lentos y agobiados por la madurez. Tú seguías saltando y saltando, mirando
el sol como quien no lo ha descubierto.
A ti, amigo mío, te dedico la risa más alta y
molesta que emerja de mi pecho. A ti te dedico el canto desafinado, la voz
quebrada, el insulto burdo, la cerveza derramada y la quemadura de cigarrillo.
A ti, y solo a ti, te dedico la payasada que avergüenza a mi madre. Y a ti, mi
gran amigo, te dedico el fracaso y el error; y doy gracias a Dios por fracasar
y por haberte conocido.
Elegías personales.
(Esmoris)
Amigo
E. te perdiste la fiesta de la vida.
La
simple vida
con
sus soles fuertes
y
sus lluvias tristes…
La
vida con sus labios dulces y sus palabras graves,
con
sus historias paradójicas.
Te
perdiste la fiesta de la vida
con
sus largos dolores y sus gozos profundos,
con
sus eternidades nunca eternas,
sus
mares esquivos,
sus
vientos fugaces,
con
sus leyes caducas
y
sus fuegos de artificio.
La
vida,
la
que tenías para ti y para todos.
Amigo
E. te perdiste el festival
de
las horas y los años.
Acaso
te otorgaran
un
sitial azulino de esplendores
que
sin duda gozas y mereces.
Pero
no te perdonas
ni
te disculpamos
la
fiesta de la vida.
Te
perdiste esta gloria de un instante
que
era para ti
en
este mundo.
Pablo Schipani
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