Vacaciones Marplatenses


 Llega el calor, el verano, las insanas vacaciones. Las deseadas vacaciones. Esas vacaciones en las que gastamos sin parar. En las que nos volvemos locos por ir al teatro a ver a los mismos hijos de puta que están en la televisión; a ver al mismo tipo que te encuentras en esa pizzería de mierda en Avellaneda. Nos desgarramos las vestiduras por un pedacito de arena y sol en una costa horrible, tan parecida a algo como a la nada misma. Descargamos nuestros cuerpos semi desnudos en el suelo arenosos, al son de esa cumbia o reggaetón que se emite desde un parlante no muy lejano, que nos recuerda siempre que: “pensar esta demás”. 

 No siempre fueron así los veranos marplatenses o “costenses” argentinos. El descanso veraniego esta en las tradiciones más antiguas. ¿O acaso los ejércitos griegos no descansaban en las playas soleadas de Troya esperando el próximo combate? También descansaban los héroes en las rocas; y después de un sueño muy largo y profundo, se despertaban sorprendidos al encontrarse con ninfas o sirenas.

 Por el contrario, los piratas se parecían más a nosotros, porque aprovechaban las playas abandonadas para esconder tesoros y emborracharse hasta el amanecer.

 Ya entrando en los tiempos modernos, los altos nobles ingleses tenían la tradición de recorrer las colonias, en busca de paisajes exóticos, nuevas formas de comercio y, por supuesto, descanso en el exterior. Estos descansos difieren mucho de los actuales; no iban más allá de un té por la tarde, en el jardín del caserón de verano.


 Con el tiempo, la nobleza tradicional fue cayendo, y la aristocracia burguesa empresarial llegó para quedarse: Tomaron las costumbres veraniegas y las reinterpretaron, y difundieron por todo el mundo. Así es que la alta alcurnia porteña poseía terrenos y castillos en una ciudad como Mar del Plata. 

 Por supuesto el descanso laboral estaba reservado para estos personajes; mientras que los asalariados se tenían que conformar con una esclavitud a medias. Para su suerte en el siglo XX aparecieron personajes que no mencionaré para no ser partidista; que les dieron a todas las clases sociales el reconocimiento a descansar en las colonias; ahora ciudades balnearias. Así, los destinos costeros argentinos se volvieron populares.


 Sin embargo, las costumbres eran otras, no había bikinis, surf, ni panchos o choclos. Había cócteles, refrescos, trajes de baño y batas. En esta época nace el término “bañero”. Que era un hombre que te acompañaba con una soga, para que te puedas bañar en el mar y no ahogarte o perderte (bastante distinto de los guarda vidas).  En las playas había sector de caballeros y de damas.  Y, gracias a las modas europeas estaba muy mal visto broncearse.


 Así fue, que por aquellos tiempos tumultuosos de mediados de siglo XX, la joven y famosa Coco Chanel se fue a descansar a las islas griegas. Al regresar a Francia, los fotógrafos parisinos se encontraron con una rareza: Los finos rasgos franceses, estaban acompañadas, ahora, por una delicada tez dorada, que resaltaba los ojos, las cejas y el cabello. Esto lejos de producir un escándalo, impuso una moda global: tomar sol.


 Es incalculable la cantidad de sol que puede tomar una persona en verano. Aquel anhelo por una tez dorada se convirtió en una intención antinatural de poder cambiarse la etnia que nos toca por nacimiento. Focas, lobos o elefantes marinos se volvieron las personas que buscan desesperadamente al sol en todo su esplendor. 

 Con el tiempo llegaron las modas de las colonias de los nuevos Imperios. En este caso, del pacifico los norteamericanos difundieron la tradición de montar olas con tablas de madera, y las nuevas ropas que cumplen la función de revelar la mayor cantidad de carne posible. Y de Berazategui los porteños impusieron la moda del parlante a full en la playa, del partido de futbol de 25 pibes en un espacio de 2x2, del pancho que se cae en la arena y se come igual, del juego de paleta usando de red al matrimonio de jubilados, y del choreo de celulares y ojotas.

 Finalmente llegamos al verano actual, y nos encontramos con este espectáculo patético. Nos tenemos que fumar los carteles con los pechos viejos y arrugados de Moria Casan, promocionando una obra que por supuesto no vamos a ver. Aparece nuestro viejo, panza al sol; peluda y deforme; rojiza por las quemaduras. Las señoras que utilizan bikinis diminutos con cuerpos enormes, que siempre revelan un pecho, un culo y otras cosas. A los niños perdidos, los perros olvidados, los pungueos rápidos e indoloros. Los adolescentes prepotentes e insolentes, cuya única ambición es el jugo de atrapar a la chica del colegio con un abrazo y poder rozar sus nuevos y flamantes pechos.

 Más allá de lo que realizamos en estos tiempos como descanso veraniego, puede ser que sigamos buscando reposar en las costas como aquellos griegos en Troya. Es muy probable que todas esas horas bajo el crudo sol, solo sean (al menos en el fondo de la naturaleza humana) para despertar tarde y encontrarse con sirenas o ninfas en las orillas.

 Me voy a dar el tupe de revelar que cuando camino por las escolleras marplatenses, como cualquier caminante de vacaciones, siempre busco entre las piedras a Excalibur.      




Comentarios