Querido Arturus.
Espero que
tu visita por estas tierras hermosas, pero algo desapacibles, te llenen el
corazón de alegrías y amores verdaderos.
Que la
mortalidad que te heredo no te límite en la búsqueda del bien, la verdad y la
belleza. Rezo para que tu camino a lo largo de la vida esté marcado por la
contemplación de las pequeñas cosas.
Espero que
puedas gozar del roce del viento, del sabor del trigo, de la voz de tu madre.
Que tus palabras sean oídas, que tus viajes sean recordados, que tus hijos sean
amados.
No puedo
dejarte más que tierra y cielo. La tierra es la de mis padres. Un campo surero,
amado y hermoso, pero herido y sangrante, que ansío que recorras, explores y
gobiernes con sabiduría. Y el cielo... El cielo es la Fe... La Fe de mis
padres... Esa Fe que vive en el corazón, que tiene nombre y es Palabra…
Te entrego
mí nombre, mi sangre y mi corazón para siempre hijo mío.
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