El tiempo de los Campeones

 El tiempo es cruel, imbatible, impúdico. No hay torre que no se convierta en ceniza, no hay montaña que no se vuelva colina, no hay roca que no se transforme en polvo. 

 Los nombres son solo ecos en el tiempo. Y solo los héroes de grandes y nobles guerras han quedado en la eternidad de la historia, en la leyenda de las eras, en el mito del boca en boca. Son estos héroes que, por sus grandes hazañas, han logrado que recordemos hechos que no vivimos jamás. 

 Todos recordemos el asedio de Troya, la batalla de Axio, la invasión de los Hunos, la victoria de Lepanto, el infame Waterloo, el desembarco de Normandía y la rendición de Berlín. Estas batallas han dejado huella en la piel de sus contemporáneos y en la sangre de sus hijos.  

 Podríamos afirmar que cuánto más cercano sea nuestro destino común a la victoria o derrota de los héroes, más profundo se quedará grabado su nombre en el corazón de nuestros descendientes. 

 Me remito entonces, cómo analogía, al general George Washington y al general José de San Martín. Ambos libertadores de América. En Estados Unidos la conexión espiritual con Washington es más que evidente. Es el padre de esa nación; sus victorias bélicas son el recuerdo vivo de un modelo de país que hasta aún hoy existe. Sin embargo, San Martín en Estados Unidos es solo una anécdota histórica en los manuales de historia sudamericana. No hay una unión en el corazón (como si la poseen los argentinos), no hay lágrimas por sus derrotas ni vítores por sus victorias. Cómo no las habrá por Washington en Argentina. Podemos decir, entonces, que San Martín en Norteamérica es olvidable y Washington en Argentina también. 


 En el deporte sucede algo parecido. Las guerras y las batallas de gladiadores han abandonado occidente por ahora, así que nos contentamos con triunfos atléticos. Éstos llenan nuestro corazón de una sed de sangre poco ética en el hombre civilizado. Así pues, hemos llegado a crear grandes batallas, con grandes enemigos y aliados en un simple campo de juego. Los héroes siguen apareciendo por consecuencia. Y su lugar en el corazón no cambió. La épica epopeya de la caída y el ascenso de los campeones sigue siendo lo que hierve la sangre de los que vivieron para verlo y los que vivirán para recordarlo, aunque no lo hayan vivido.


 Afirmo entonces, que Lionel Messi será recordado por los barceloneses y olvidado por los argentinos. Al menos por ahora.

 Lo cierto es que Messi no posee ninguna victoria o epopeya que conecte más allá de lo extraño, extravagante y publicitario de su figura. No ha habido vítores en las canchas, en los clubes, en los bares, en los porteros por sus triunfos. Y esto es por una simple razón: Jamás jugó, verdaderamente, en un club argentino. Y aquí los colores son la pasión. Son el destino común. Son la sed de sangre que brota del corazón palpitante de los hinchas. Son los gritos desesperados en el tablón bajo la lluvia en esa última jugada que te llevará a la gloria. Son las peleas en el subte, en el bondi, en el papi y en el salón de clases. Son los locos que se suben a los alambrados, los que se sacan la camiseta bajo una tormenta eléctrica, los que gritan insultos al aire porque sí. Los colores del club son la hibris griega que despierta en el hombre occidental y lo llama a gritar: ¡Desperta Ferro! 


 Messi ha logrado todo eso en Barcelona. Pero aquí solo consiguió ser la imagen de Adidas, Pepsi y Gillette.  Podría haberlo logrado en la selección nacional, pero por ahora solo queda el sueño; obviamente no porque no lo haya intentado. Su historia en este país del sur del mundo solo quedará relegada a lo impresionante que pudo ser y fue en otros lugares; y será material de historiadores futbolísticos como lo es para nosotros George Washington. Su nombre, por ahora, se volverá paralelo al de Alfredo Di Stéfano, que cada tanto suena de la boca de algún especialista en algún programa deportivo de la tarde diciendo: "¿Te acordás de Di Stéfano?" 

 Pero jamás vas a escuchar a nadie decir: "¿Te acordás del Gol del Siglo?" Simplemente los recordás, aunque no lo hayas vivido. 


Pd: este pequeño vaticinio no es más que una conclusión personal hecha a partir de las noticias de agosto del 2020. Puede ser que no se cumplan y deba comerme palabra por palabra que haya escrito; y en ese caso lo haré de buena gana.

PD: SIGUE EN EL POST: Eso es Fútbol (o carta en respuesta a “Messi es un Perro” de Hernán Casciari)






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