Eso es Fútbol

 (o carta en respuesta a “Messi es un Perro” de Hernán Casciari)


No puede ser Hernán. No puede ser que para empezar a hablar de fútbol tengas que ver un compilado en YouTube. No puede ser que me dejes el link del vídeo. ¿Dónde quedaron las memorias prodigiosas de los que estaban en los tablones, en los bares, en las peñas y en los papis? ¿Dónde está la vieja portada del diario con el equipo descansando felizmente en la pared del almacén? ¿Acaso no puede ser que los recuerdos torcidos y lejanos nos den batallas más grandes de lo que fueron en realidad? ¿Y no es eso mejor que revivir artificialmente las proezas menores de un futbolista contemporáneo?    

  No Hernán. No puede ser que te vanaglories de tener el lujo aburguesado de ir a un estadio europeo, a ver un club que en su camiseta tenga una publicidad de las aerolíneas de Emiratos Árabes. 

  ¿Dónde quedó tu pasión desenfrenada por los colores y la historia de tu barrio? ¿Dónde están las lágrimas por la derrota y el grito desesperado por el gol a último minuto?  ¿Dónde entran en ese marco catalán el choripán destructor de hígados y la meada en el árbol de la esquina?

 No puede ser que prefieras ver fútbol en asientos de lujo, con una gaseosa de marca y el césped impecable. ¿Acaso no tenés nostalgia por los asientos de plaza, los tablones o el suelo de cemento húmedo? ¿No se te caen las lagrimas por ver el tren pasar de fondo en la cancha, los monobloques urbanos que se alzan como monolitos al cielo, el césped amarillo y embarrado y la cerveza derramada en la camiseta mientras saltas al compás de una canción de Sergio Denis? 

    No, no te creo Hernán. El mejor fútbol siempre estará en las plazas, en los potreros, en los barrios y en las canchas sin habilitación municipal. Lejos de los medios, los contratos, la publicidad y la evasión impositiva. Es ahí donde no existe esa burocracia que odias. No hay cámaras, panelistas, ni contratos, clausulas o castigos. Solo hay fútbol, hecho y derecho. El más sincero de todos. Aquel que se juega por jugar, sin una moneda de por medio. No hay entrenamiento, ni calentamiento. No hay botines, solo zapatillas viejas. No hay balón hergodinamico sensible a la anatomía de los dedos de los pies. Está la pelota. La pelota… Comprada por dos mangos en un kiosko que está a la vuelta de la plaza; o hecha con las medias secas y quemadas de los propios jugadores.  

  No Hernán. El fútbol no era mejor cuando se parecía a Messi. El fútbol nunca fue un desenfrenado correr de 22 tipos tras la pelota. El fútbol siempre tuvo la picardía, el amague, y la mirada cómplice. El fútbol siempre tuvo el escrutinio de los inquisidores de los puntos y las jugadas anuladas. El futbol siempre tuvo genios que preferían soltar la pelota por una jugada maravillosa. Y el futbol siempre tuvo maestros que eran troncos, o piedras en su habilidad y te llenaban el arco de goles mágicamente. Porque ni el mismo Messi es ese animal abstraído que mencionas. Messi tiene, o formó, la dialéctica argentina futbolera. Él también tiene ese espíritu maradoniano que nace en su corazón y lo llama a gritar “anda pa´ allá bobo”, y a besar la copa antes de tiempo, rompiendo infames protocolos. 

   No Hernán. Cuando llegue el Juicio Final los que vieron héroes de otras épocas no bajaran la cabeza; no traicionarán a sus ojos, a sus ídolos, a sus padres y a los colores de su club por un equipo lejano y comercial y un jugador abstraído. No. Preferirán la condenación antes que abjurar contra sus barrios, sus historias y sus épicas.

  No Hernán. Dios no salvará a aquellos quienes vieron solamente; sino a los que vieron con pasión, con el compromiso del amor incondicional y destruyeron las barreras del engaño de la comodidad. Dios nos preguntará por el gol que mayor gritamos con el palpitar de nuestros corazones. Y allí no podremos hablar con compilados de YouTube, y no podremos recordar tardes de lujo en un asiento acolchado, mientras bebíamos gaseosas, sacábamos fotos, y aplaudíamos suavemente una jugada. No. Tendremos que recordar ese ahogo final, ese alarido doloroso que quema la garganta y nos enmudece por semanas. Ese grito brutal que dimos agarrados al alambrado, abrazados a nuestros padres, cayendo de rodillas en el bar, golpeando la mesita ratona de la suegra, arrancando el césped de una patada y tirando los botines. 

 No Hernán, cuando nos pregunten no podremos explicar con analogías animales o con videos. Solo estarán nuestros recuerdos empapados con lagrimas de felicidad o tristeza. 

  Si se me permite la indiscreción, cuando me pregunten por ese gol y ese partido recordaré al gran Lucas Matías Gancedo. Quien en una cancha de fútbol 5, en un caluroso verano del 2009, con el partido 14 abajo y con otros 4 muertos de compañeros, entre los que me encontraba, se tomó la osadía de cruzar media cancha con la pelota, trastabillando, golpeando y gambeteando, usando toda su habilidad, su picardía y su corazón para finalmente llegar al área y pagar un zapatazo fuerte y certero que dejó al arquero mirándose las manos, mientras la red danzaba reteniendo la pelota para que no se fuera al patio del vecino. En ese momento los 4 muertos gritamos con dolor, y Lucas, en silencio y con la cabeza agacha, caminó hasta el marcador y colocó el 1-14 con bronca. Nos quedaban 5 minutos, pero en el corazón ya la habíamos empatado. Eso es fútbol.   

PD. CONTINUA EN EL POST: Un Nuevo Tiempo de Campeones






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