Un Nuevo Tiempo de Campeones

 Fin del ciclo futbolístico sobre Messi, donde solamente queda mi arrepentimiento.   



 Solo los héroes quedan en la eternidad de la historia. Tan cierto... 

 Finalmente pasó lo que tenía que pasar... Se dieron todos los signos de las leyendas. Y tenía que ser así... sí... tenía que ser así... en este momento de la historia. Habiendo padecido tanto; habiendo pasado tanto tiempo y habiendo vivido tantos fracasos. 

  Aparecieron nuestros enemigos... En el horizonte de esta tierra surera y pobre se asoman banderas anglo francesas, con ese aire impetuoso, destructivo y esclavista. Enemigos conocidos... y recordados. Enemigos de la patria, invasores que traen el recuerdo de lo no vivido... la Toma de Buenos Aires, El Bloqueo y las Islas. ¿Por qué? ¿Por qué otra vez muestran sus fauces inmensas, y el espantoso deseo de devorarnos? ¿Por qué otra vez nosotros nos enfrentamos a los leones, a la selva y a la serpiente? ¿Por qué parece que estamos solos, otra vez? Otra vez... 

  Y ahora en el golfo, en las dunas, en el abrazador calor del desierto. Tan lejos de casa... otra vez. Y en un marco nefasto, doloroso, comercial, tirano y desposta. En medio de la sequedad inmensa del vacío árabe, se elevó una fiesta opresiva para los opresores. Y allí estábamos nosotros, nuevamente ante leones y sus fauces, nuevamente contra los tiranos. 

    Tantos golpes, tan duros y tan acertados. Parecía que nos quedaba el filón rápido y certero de la cimitarra, o el plomo hirviente del mosquete. Pero... ¿siempre fue así? ¿Siempre recibimos el yugo amargo de la iniquidad? ¿Pudo ser que alguna vez hayamos resistido? Porque parece que nos han quitado los más importante que tenemos... el recuerdo... y el destino... 

  ¿Acaso han aniquilado nuestro pasado? ¿Han esclavizado nuestra memoria? ¿Nos queda algo que revivir, acaso? 

  Denos... denos de beber el cáliz del pasado, de la bebida del alma, de la copa del despertar de los hombres... recordemos... recordemos... Recordemos ¡Dios! ¡Sí! Porque fuimos nosotros... ¡Sí! Fuimos nosotros los que los expulsamos dos veces de Buenos Aires, fuimos nosotros los que los que los bloqueamos con cadenas en el río, fuimos nosotros los que les dimos batalla en las Islas... 

  ¡Sí! Claro que sí. Recordemos. Fue uno de los nuestros el que guapeó a los de tres de Orange. Recordemos. Fue uno de los nuestros el que les robó con la mano, a los piratas y ladrones de los mares. ¡Sí! Recordemos. Fue ese mismo... un negrito de Fiorito, el que los destruyó, el que los dejó de rodillas y a nosotros en la eternidad después de correr tanto... tanto... tanto... 

  Claro que recordamos. Podemos. Claro que podemos. 

  Y ahora una nueva gesta. Distinta. Tan distinta. Parecía tan lejana la posibilidad. Claro que recordábamos... pero eran tantos años... tantas derrotas... Nos quedaba el honor. El honor de pelear por el pasado. Por lo que significaba. Pero por la realidad... la realidad nos dolía. Y ellos seguían dando golpes. 

  En nuestros corazones henchidos llegaba el recuerdo de la Vuelta. Sí..., las cadenas, el río, los barcos, los cañones, la música, la victoria... ¿era posible?... difícil. Muy difícil. De nuevo era contra nosotros... ¿Por qué nosotros? 

  Y desembarcamos en el golfo. En el desierto. Solos contra las bestias. Ellos con sus mosquetes, esclavos y mandatos infernales. Nosotros con nuestra espada, nuestra banda y nuestro capitán. 

 El fuego empezó. Esquirlas, metralla, plomos, arena hirviendo y vidrios surcaban los aires. Disparos certeros, cañonazos y flamas segadoras embebieron las carnes de los hombres. Y el calor, un intenso calor seco y pesado que quemaban los pulmones y cegaba la mente. Un nube árida y amarilla cubría los ojos. Nada se distinguía... y en eso... 

 Un acero surero acertó fuerte, penetrante en las entrañas de las bestias tiranas. Sangraban. Lloraban. ¿Era verdad? ¿O era la arena? ¡No! Era verdad. El golpe fue durísimo. Rengueaban como bueyes heridos. 

  No parecían reaccionar cuando ¡POM! ¡Otro más! Un plomo los lastimo en el pecho desinflado por su propia malignidad. Cayeron fuertemente. Ladraron con los chacales del desierto. Y no respondían. La arena se disipaba, el fuego se apagaba, las espadas se les quebraban. Y recordábamos... sí... era posible. Las cadenas resistían, los barcos nos se hundían... Estábamos cerca... 

   La guerra en el desierto parecía nuestra. Después de tanto. De tantas batallas. Podía ser que sí. Que sea hoy. 

  Pero... un dolor agudo nos alcanzó el costado. Un calor incesante entraba por nuestras entrañas. Teníamos que levantarnos. Rápido. Rápido. Cuando apenas estábamos de pie, nuestras manos se quemaron. Una llama intensa nos dio fugazmente. Y caímos desplomados. 

  Ahora recordábamos las derrotas. Tan cerca... tan lejos... ¿Por qué nosotros? 

  No podía terminar así... ¡No! Tenía que ser distinto. Pero no nos quedaban fuerzas. La arena nos ahogaba y las espadas nos herían. ¿Qué nos quedaba? Ahora, solo el: “pudo ser”  

  Rendidos y caídos pasó lo imposible. Gritos de todas las naciones, de todos los hombres del mundo. Gritos desesperados. Gritos ensordecedores. Gritos de guerra. Gritos de victoria. Gritos de honor y libertad. Gritos Sagrados de todos los Mortales del Mundo. Gritos por nosotros. Para que demos batalla. Para levantarnos y triunfar. Para derrotarlos a ellos. A los opresores. Gritos de los oprimidos, de los esclavos, de los sufrientes. De los que nunca pudieron. 

  Claro. Por eso nosotros. Porque nosotros pudimos. Porque nosotros vencimos. Porque nosotros representamos lo imposible. La victoria frente al gigante. Ante el Goliat mundial. Todos ellos nos apoyan. Nos gritan: ¡Arriba Argentina! 

  Y nos levantamos. Y dimos batalla. Una vez más. El fuego nació de nuevo. La arena destruía nuestros ojos y quemó nuestros pulmones. Quedaba poco. ¿Imposible? No Difícil, tal vez. Llamaradas de acero volaban por los aires. Los cañones se quebraban, las espadas se doblaban, las balas nos rozaban. 

  En medio de las flamas y el acero nuestro capitán tomó una espada del suelo y enfrentó a las bestias. Solo, valiente y embravecido. Los cantos gritaban: “¡Vaya capitán! ¡vaya!”

 Y marcho... y luchó... no le quedaban más fuerzas. Azotes de izquierda y derecha le llegaban. Pero él seguía firme e imbatible. Arriba, abajo, izquierda, derecha. Y en un mar de gritos y alaridos de guerra, sonó el inconfundible sonido de un hueso partiéndose. ¡Siiiiii! El capitán le dio en la testa al monstruo para dejarlo en el suelo apenas respirando. 

  Parecía que sí. Que en el horizonte llegaban las luces del amanecer. Un aire fresco y dulce llegaba. Todo era paz. 

  Pero la bestia se movió rápido. Se enroscó con las fuerzas que le quedaban y con un giro veloz y feroz nos dio en el pecho. ¡Aahh! Cerca del corazón. Caímos rendidos. Sentimos el golpe del piso. Tan conocido.
 
  Ya estaba. Ahora no quedaba nada. No dábamos más. No quedaban balas ni fuerzas. Solo el recuerdo y el sueño.

  Estebamos agotados y rendidos ante la iniquidad. Queríamos recordar. Pero no llegaban luces, ni sombras. No había imágenes, ni olores. Solos en la noche del desierto. 

  Pero... había un recuerdo. Uno lejano y casi muerto. Era una melodía, un pensamiento que llegaba de una oscuridad muy profunda. Sí... ¡Sí! Un recuerdo que llegaba de arriba. De los que triunfaron en todas las batallas... de los que ganaron... un regalo celestial, diminuto y poderoso: “La Vuelta de Obligado comenzó con un canto” Un canto sagrado, un canto de triunfo. Que embebía los corazones. Aunque las cadenas se quebraron los cantos no cesaron. Y ahora llegaban de arriba nuevos cantos, con nuevas voces. Un Grito Final.

 Un canto un mundial. Un canto de todos. Un canto que nos renovó y nos puso de pie. Frente a ellos. Un canto que contuvo nuestro sable en nuestros dedos. Un canto que sostuvo nuestras piernas, y en especial las de nuestro capitán, que ilumino nuestros ojos, que disipó nuestras tinieblas. Un canto maradoniano, que desde arriba nos dio la fuerza para el último tiro final. El de gracia. El del triunfo. El de Libertad. Un canto que nos hizo gritar fuerte, con toda la garganta y con todo el corazón: ¡Muchachos!, ahora nos volvimo' a ilusionar

  El tiro fue certero y firme. Finalmente ganamos... 

  Y, así, después de tanto tiempo, o en el tiempo justo... Messi pasa a la memoria... A la memoria eterna... Al recuerdo colectivo y el destino común de los argentinos. Fue esta batalla. La batalla en el desierto del golfo, la batalla contra Francia la que tanto esperamos. La batalla de la victoria. Esa que tanto quisimos y tanto merecimos. Fue la más épica y sufrida. Y él fue el bastión voraz y guerrero que lidero la victoria más grande de la historia del futbol. 

  Messi tenía que pasar por tanto... por tanto para llegar al Olimpo. Fueron muy duros los golpes para él. El ´14, tan cerca... y el ´18 tan lejos... Pero evidentemente estábamos equivocados. Los héroes no llegan cuando queremos, no llegan cuando los soñamos, no llegan cuando los esperamos. Llegan en lo inusitado, en lo imprevisto, en lo inesperado, aún para ellos... Porque Messi quería aparecer en otros momentos, pero no fue así... Porque los héroes aparecen en el momento más impensado... y, después de todo, el fútbol es la dinámica de lo impensado...    

  Ahora, los laureles eternos del futbol se posan sobre la frente de Lionel. Una frente golpeada y magullada, pero dorada, honrosa y digna de ser el mejor jugador de futbol.  

  Para ti Messi, la eternidad del fútbol. Esa eternidad solo compartida con Diego y con Pelé. Esa eternidad impensada por mí hace tanto tiempo, y que ahora le rindo pleitesía e hinco la rodilla.   

  Diego había hecho el gol más grande de todos los tiempos. Messi ganó la mejor final de todos los tiempos. Ahora sí... No necesitarás que nadie te recuerde el partido Argentina-Francia... simplemente lo recordarás... aunque no lo hayas vivido... 
       

Pd: Una apostilla para el Dibu Martínez. Que, así como el Diego hizo el Gol del Siglo, el gol más grande de todos los tiempos, el Dibu hizo la Atajada del Siglo, la atajada más grande de todos los tiempos. 

  A él también le quedan los laureles de le eternidad futbolera. Y también el recuerdo... Pues, no necesitaremos que nadie nos recuerde la atajada, simplemente la recordaremos... aunque no la hayamos vivido.  









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